Peter Burke: ¿Qué es la historia cultural? Barcelona: Paidós Ibérica, 2006 En esta obra, el historiador británico Peter Burke ha realizado un recorrido a través de los recovecos de la historia cultural, rama de la disciplina histórica centrada en ese concepto “tan vago” que es la cultura.
El libro ofrece una cómoda cronología, a saber: en primer lugar tendríamos la etapa clásica, que surgiría ya en el siglo XIX de la mano de obras como La cultura del Renacimiento en Italia del célebre Burckhard y luego, ya en el XX, Huizinga con su El otoño de la Edad Media; a continuación le seguiría la etapa de “la historia social del arte”, nutrida por una generación que iría desde Max Weber o Sigmund Freud hasta Aby Warburg, pasando por Erwin Panofsky y Norbert Elias; en tercer lugar estaría, según Burke, la etapa que a partir de los años sesenta estaría marcada por la antropología histórica, así como otros temas como por ejemplo la historia popular; por último, afirma, estaría el surgimiento de la Nueva Historia Cultural (en adelante NHC) sobre todo a partir de los años setenta. Además, Peter Burke arroja en el último apartado una serie de ideas sobre los posibles caminos que esta corriente de la historia podría recorrer.
En su obra, no obstante, Burke no se limita a narrar la evolución de la historia cultural, sino que análogamente aborda la problemática que implica el enfoque cultural, afrontando el debate de corte marxista sobre el lugar de la cultura en el engranaje de la historia, así como otras cuestiones como, por ejemplo, el binomio cultura popular/culta. Si bien en el libro de Burke abundan los nombres personales, algunos autores son explicados de forma más detenida (Norbert Elias, Michel Foucault, Pierre Bourdieu, Mijail Bajtin o Michel de Certeau). Por otro lado, en este recorrido historiográfico hecho a base de individuos también hay espacio para ciertos elementos colectivos, tendencias pero esencialmente relaciones entre estos mismos autores, es decir, influencias. Autores como Geertz, sin ser estrictamente un historiador, habrían marcado tanto a sus predecesores que cabe plantearse si su obra efectivamente creó lo que podríamos denominar realizando una paráfrasis atrevida “tendencia hacia lo simbólico”.
De forma paralela, considero oportuno mencionar al menos una de las carencias más notables del trabajo del profesor británico: la desatención del medio audiovisual, del cine, de la cultura popular (en su sentido moderno, esto es, no necesariamente aquella cultura supestamente opuesta a la elitista). Dicho esto me dispongo a presentar un breve resumen de la ya de por sí sintético contenido del libro de Peter Burke.
El medio audiovisual y la memoria cultural, uno de los olvidados por Burke En primer lugar se describen los primeros movimientos en el seno de la disciplina, las grandes obras de Huzinga y Burckhard anteriormente citadas, especialmente por ser un eco de la tradición alemana, que desde el siglo XVIII potenció enormemente la producción de obras centradas en los parámetros culturales (Kulturwissenschaft). Ambos autores, explica el profesor emérito de Cambridge, combinaron en su relato su afición por lo “clásicamente” cultural (altra cultura) con sus conocimientos históricos, concibiendo además sus con una orientación hacia un público más amplio. Se pretende, en definitiva, ofrecer un retrato de una etapa desde su perspectiva más cultural en el sentido más artístico de la palabra.
Entre estos dos autores surge una propuesta no menos atrevida. Max Weber se propuso analizar el cambio económico que de algunas comunidades europeas desde su sistema de valores protestante. La conexión entre cultura y sociedad, por otro lado, también se hacía notar en los países anglosajones en obras como las de Charles y Mary Beard (An Economic Interpretation of the Constitution of the United States y Historia de la civilización de los Estados Unidos de Norte América). Con todo, es con lo que Burke denomina como “la gran diáspora” cuando el umbral de la Nueva Historia que habían estado cultivando algunos franceses (Bloch y Febvre) y, en especial, varios estudiosos de habla alemana, se mueve al otro lado del Atlántico, donde será practicado por autores tan influyentes como Panofsky, pero también en Inglaterra, donde nombres como Arnold Hauser o Norbert Elias trabajaron la problemática de la cultura.
Esta problemática, dice Burke, solía pasar por la creencia de que la cultura es en realidad un espejo no problemático de su tiempo, postulado que critica incesantemente. Este problema, suscitado por la crítica del historiador John Clapham a Huizinga y Burckhardt, a quienes acusó de impresionistas, fue desarrollado por el historiador del arte Ernst Gombrich en su crítica a la concepción hegeliana del Zeitgeist debido a sus implicaciones de homogeneidad. Marxistas como Edward Thompson criticaron la concepción tradicional de la cultura por ser excesivamente aglutinadora y esconder los conflictos culturales. Dentro de esta misma corriente ideológica otros autores han propuesto conceptos muy afortunados para el desarrollo de los estudios culturales. Es el caso de Gramsci y su concepción de la “hegemonía”, muy útil para describir las relaciones de dominación que se inscriben en las redes culturales. Ha de rechazarse, por tanto, cualquier pretensión de abordar una “cultura” como totalidad para no adulterar una realidad más compleja. Más complicado es lo que Burke describe como “la paradoja de la tradición”, debate que surge a raíz del acento en lo popular que traen consigo los años sesenta. Burke propone plantearse las distinciones culturales como “lo popular” en oposición a “lo culto” como orientaciones, no como campos delimitados. Lo transmitido, afirma Burke, cambia, y la aparente innovación de algunas prácticas o grupos sociales pueden desviar la atención de las persistencias. Afirmar una diferencia no implica tener que exagerarla.
Una de las aportaciones más interesantes en este campo no vino de la historiografía convencional. En los años sesenta y setenta un grupo de antropólogos como Mary Douglas o Clifford Geertz convencieron a una tradición de historiadores eminentemente económico-social –cuando no política- del alto valor de lo simbólico, es decir, de los valores. Uno de los pioneros, señala Burke, fue la obra de Keith Thomas (Religion and the Decline of Magic, 1971) donde se abordan las funciones sociales de las creencias religiosas. En el ámbito francés, el antropólogo estructuralista Claude Lévi-Strauss ofrecía un esquema muy atractivo para historiadores como Jacques Le Goff o Emmanuel Le Roy Ladurie. Sin embargo, la obra que ha tenido mayor repercusión en el tiempo ha sido, quizás, la de Geertz. Su análisis de las peleas de gallos de Bali y sus significados desde un enfoque dramático influyó en autores como Robert Darnton y su trabajo sobre la matanza de gatos. Este feliz encuentro entre antropología e historia atrajo a muchos historiadores a incluir en sus estudios conceptos como “reglas”, “protocolos” o “alteridad”.
Peter Burke, el autor Es en este contexto que surge la microhistoria llevada a la fama por el Montaillou (1975) de Le Roy Ladurie y El queso y los gusanos (1976) de Carlo Ginzburg. Burke ofrece tres ideas para explicar el surgimiento de este género. En primer lugar sería una reacción contra la cliometría y el método cuantitativo que desvirtuaba la variedad. En segundo lugar, la microhistoria sería una analogía lógica en relación al método antropológico del estudio de una comunidad relativamente reducida. Por último, la microhistoria era una efectiva alternativa al desprestigiado gran relato del progreso histórico. El gran reto de este género, como ha admitido el propio Ginzburg, estriba en la tensión entre la comunidad/individuo estudiado y una realidad superior.
Por si fuera poco, esta realidad estaba siendo cada vez más complejizada por la incorporación de las nuevas realidades poscoloniales. Es más, en el seno de las propias academias occidentales había una preocupación para el otro “femenino” que acentuaba si cabe los desafíos para la última etapa de la Historia Cultural, la llamada NHC (Nueva Historia Cultural).
A partir de los años ochenta confluyen las propuestas del feminismo de Kristeva, los estudios subalternos de Spivak, el orientalismo analizado por Said o la preocupación por el lenguaje de Hayden White en un contexto mucho más abierto. Siguiendo a Burke, son cuatro los principales teóricos de la NHC: Michael Bajtín, Norbert Elias, Michel Foucault y Pierre Bourdieu. Todos ellos aportaron ideas muy útiles para el desarrollo de la historia cultural. El primero, Bajtín, analizó, entre otros elementos, los géneros discursivos y los rituales de desacralización; por su parte, Norbert Elias se centra en el autocontrol de la elite a través de las prácticas sociales. Por otro lado, Foucault realiza toda una serie de interesantes observaciones sobre la invención de ciertos parámetros sociales, la relación entre los mecanismos de autoridad y el cuerpo y la discontinuidad latente en todo paradigma (por citar aquí un ejemplo, entre la fonética y la semántica). Por último, Bordieu se centró en los conceptos de “reproducción cultural” como modelo de actuación, así como en la diferencia como base de la identidad social. Todos ellos promovieron, directa o indirectamente, la idea de “prácticas”, que ha encontrado su ámbito de estudio más prolífico en la historia de la lectura que historiadores de la talla de Robert Darnton han sabido explotar de forma hábil.
Otros aspectos de la NHC son la preocupación por la cultura material. Autores como Assa Briggs han escrito desde los lugares hasta las cosas, mientras que Daniel Roche hablaba en su Culture des apperences (1989) de la vestimenta como un código cultural como otro cualquiera. La historia del cuerpo, que ya tenía referentes clásicos como Gilberto Freyre con sus estudios sobre la fisonomía de los esclavos, rompió en esta época el viejo esquema clásico que separaba la mente con el cuerpo aprovechando una pertinente colaboración con la historia del género.
Otro de los subgéneros más prolíficos ha sido el de las representaciones y las construcciones. Partiendo desde la sociología Durkheimiana y las ideas de Marc Bloch, la NHC partió hacia un modelo que, como decía Roger Chartier pasaba “de la historia social de la cultura a la historia cultural de la sociedad”. Si bien para la historiografía a partir de estos años ochenta y noventa se tratan una serie de conceptos relativamente nuevos, también es cierto que el constructivismo tiene raíces profundas en la tradición intelectual occidental (Nietzsche o Popper). Michel de Certeau fue uno de los ideólogos de la cultura que a mediante términos como “reutilización” o “usos” construyó una interesante obra sobre los cimientos de Foucault entorno a lo cultural de la cotidianidad. El acento de estos dos autores franceses sobre la construcción de prácticamente la totalidad de los parámetros de una sociedad coincidía, lo hemos comentado ya, con el giro en la lingüística que Hayden White llevó al conocimiento histórico con su obra Metahistory (1973). Dentro de este subgénero, denominado por Burke como “constructivismo”, la NHC ha abordado desde la construcción de comunidades, la construcción de la memoria, del género o incluso la monarquía. Estas construcciones, prosigue Burke, se servía de unas prácticas (performances) que serán analizadas a la luz de los estudios de Geertz por toda una tradición de autores entre los que se encuentra el propio Peter Burke.
Por último, Burke analiza las diversas posibilidades que tiene la Historia en un futuro próximo. Si bien deja claro que cualquier reacción contra una tendencia puede producir algo nuevo, Burke comenta la posibilidad de una vuelta a una cultura más elitista, es decir, un retorno a la alta cultura como respuesta a la descentralización de los últimos estudios. Otra opción es la preocupación por el enfoque cultural de lo político, la violencia y las emociones. Esta última, confiesa Burke, tiene una complejidad mucho mayor debido a la dificultad a la hora de obtener sustento documental. En último lugar Burke comenta un probable retorno de la historia social despechada desde la erupción de la imparable moda de lo cultural a partir del giro antropológico. Según Burke, esta nueva corriente surgiría en contra de un relativismo cultural que habría desvirtuado el potencial del enfoque cultural. Los estudios culturales, en efecto, parecen hacer hincapié en la fragmentación en donde tradicionalmente se ha pretendido todo lo contrario. Los avances de la historia cultural, concluye, deberían de ser la garantía de que un retorno a la literalidad del positivismo no tendrá lugar.