sábado, 29 de mayo de 2010

Rethinking History. Entrevista a Keith Jenkins

[entrevista extraída de http://elnarrativista.blogspot.com/2007/03/keith-jenkins-re-pensando-la-historia.html]
[La traducción es mía]




Keith Jenkins es profesor de Historia de la Teoría en la University of Chichester y autor de varios libros sobre historiografía, incluyendo el reciente reeditado Repensar la Historia. Su trabajo ha servido para arrojar algunas de las críticas de la filosofía de la historia tradicional a un público más extenso, particularmente con la intencionalmente-polémica postura que tomó en Repensar la Historia. Tuve la oportunidad de hacerle algunas preguntas sobre su trabajo y sus motivaciones.

(Entrevista de Paul Newall - 2004)

PN: ¿Cual fue tu motivación original para escribir Repensar la Historia?

KJ: Originariamente escríbí Repensar la Historia a finales de los años 80 (fue publicado por primera vez en 1991) debido a lo que se me antojó como una pobreza de la "teoría histórica" (incluso hoy parece un término que ligeramente raro aunque aceptamos de buena gana "teoría literaria" o "teoría crítica" o incluso "teoría social"). Por aquel entonces muchos estudiantes de historia habían leído -si acaso habían leído algo acerca de la "naturaleza de la historia"- pedazos y partos de textos de Marwick y Tosh, Bloch, E.H. Carr y G.Elton. Y, en comparación con el trabajo teórico de disciplinas/discursos adyacentes en aquella época (en literatura, sociología, estética, política, etc..,) estos trabajos ofrecían en conjunto una pobre comprensión sobre cómo un discurso como la historia es del tipo de composición que es y ha sido. Por eso Repensar la Historia intentó tanto iniciar a los estudiantes en las ideas de estas otras áreas y aplicarlas sobre otro tipo de aspectos/áreas claves en la Historia.

PN: Cómo explicarías las conclusiones a las que llegaste en Repensar la Historia a alguien que nunca haya tenido en cuenta la teoría histórica antes?

KJ: Las conclusiones que alcancé sobre la Historia en Repensar la Historia fueron (a) que la historia fuese un género estético/literario tal que no podría ser epistemológico y que, por eso, las preguntas que los historiadores normalmente se plantean (la relacion entre hechos y valores, interpretaciones, objetividad, verdad, etc...) no fueron hacia la cuestión de si su objeto [de conocimiento*] concerniente no era capaz de ser reducido a reivindicaciones epistemológicas. Pensé entonces, todavía lo hago, que los debates sobre "Historia" son debates sobre significado (por ejemplo, debates ontológicos) y, por supuesto, el significado (de los 'hechos', de esta o aquella interpretación) evitan fácilmente factualidad[contingencia*] e interpretaciones. (b) que todo discurso histórico está posicionado, es ideológico/político y que, más que avitar esta conclusión obvia, uno debería hacer explícita su propia postura... esto significa que había una llamada a la reflexión hasta el fondo. (c) Finalmente, quise que los estudiantes de Historia estuviesen al corriende de las ideas de la postmodernidad y del postmodernismo, así como para animarlos a leer "postmodernistas" como Lyotard por ellos mismos.

PN: Cual fue lal reacción inicial y cuales fueron las diferencias entre la opinión de los profanos y la de los académicos?

KJ: La reacción inicial de personas como Marwick fue abiertamente hostil y creo, todavía lo creo, que Marwick habló y habla prácticamente por muchos de los principales historiadores profesionales quienes, mientras conscientes de lal existencia de la 'teoría', son todavía reacios a tenerla en cuenta, cuando no abiertamente hostiles. Pero, no obstante, Repensar la Historia fue introducido por escuelas, colegios, universidades (donde su estilo polémico probablemente forzó el debate) y, alrededor de los noventa probablemente apareció en la mayoría de las "listas de lectura" del nivel A [estudios equivalentes al bachillerato español*] y demás niveles inferiores. Pero esto no ha calado en los propios cursos de Historia que los estudiantes hacen, por eso es dificil evaluar su impacto positivo.

PN: En una entrevista con Alan Munslow dijiste que "supe cuan intelectualmente atrasada estaba la condición general de la 'disciplina histórica', y cómo furiosamente antiteórica era la actividad académica de la historia". ¿Han mejorado estas situaciones dentro de la historia? ¿Cuán exitoso fue Repensar la Historia a la hora de brindar un cambio o una actitud más reflexiva en los historiadores?

KJ: Creo que mi respuesta aquí se hace eco de la anterior. Ha habido algo de 'mejoras' desde el principio de los noventa (como evidencia el creciente número de textos teóricos en el mercado) y, sin duda, en clases sobre el método e historiografía la naturaleza de la historia es mucho más discutida. Pero el problema radica todavía en hasta dónde han rechazado los estudiantes los enfoques empíricos, o hasta dónde y con qué efectividad se realiza el planteamiento y la proyección del discurso histórico de forma teórica

PN: ¿Cómo diferencia la filosofía de la historia entre las regiones locales y las internacionales? ¿Hay alguna división entre, digamos, posturas análiticas y postmodernas, presuntamente similares en algún sentido a aquellas diferencias en filosofía entre las tradiciones Anglo-americanas y las continentales?

KJ: La división no está entre, digamos, los enfoques analíticos contra los enfoques postmodernos, pero, en la medida en la que lo postmoderno ha tenido un impacto, el desarrollo de los intereses es si bien el empirismo ha sido desafiado

jueves, 20 de mayo de 2010

Realidad y Ficción en El regreso de Martin Guerre de Natalie Zemon Davis


“El que es capaz de leer y escribir es capaz de cualquier maldad” afirma una de las ancianas en El regreso de Martin Guerre (1982) del director Daniel Vigne. Parecido tono de reproche dirige la historiografía más rutinaria a quienes pretenden defender la interacción de dos esferas tan aparentemente opuestas como lo son la realidad y la ficción. Según esta concepción tradicionalista del oficio, la ficción no tiene cabida en la operación histórica.

En los años sesenta surgió reforzada una noción radicalmente opuesta. Roland Barthes y Hayden White calificaron a la historiografía de “ficciones verbales”, desapareciendo así el contraste entre historia y ficción. Las sagaces críticas desde una visión posmoderna pusieron en grandes aprietos al relato tradicional. En los años ochenta, tiempos en los que la profesora emérita de Princeton Natalie Zemon Davis (1928, Detroit) asesoró el film y escribió su libro sobre el proceso de Martin Guerre, la situación era considerada desde el propio gremio como “crítica”.

No obstante, Zemon Davis no parte de esta concepción ingenua de la investigación histórica. Concibe la operación histórica es una recreación que se nutre de una imaginación responsable. En sus trabajos (Trickster Travels o Women on the Margins: Three Seventeenth-century Lives, por citar solo algunos de ellos) es consciente de las limitaciones del relato historiográfico, hay una distinción entre afirmaciones que se sustentan en base a evidencias documentales y aquellas que deben hacerse a partir de la intuición del historiador pero procurando no infringir el principio de verosimilitud. No niega que una obra histórica, pese a participar de la ficción, se caracteriza por su pretensión de verdad.

En cambio, El regreso de Martin Guerre es un producto particular. Según Zemon Davis el cine es una forma diferente de representar el pasado que tendría sus propias convenciones. El film histórico de ficción –que debemos de distinguir del documental- ofrece una infinidad de posibilidades y ventajas frente al texto académico. Permite transmitir al espectador toda una serie de matices (colores, sonidos) de una forma que difícilmente la escritura de la historia podría emular. Por supuesto, existen carencias en el relato audiovisual. El discurso cinematográfico carece de recursos tales como la afirmación en condicional. En una película como El regreso de Martin Guerre los “quizás” que el lector puede encontrar en su obra escrita son tremendamente difíciles de representar. El cine de este tipo tiene el peligro de caer en la inexactitud, algo que la propia Natalie Zemon Davis admite en varias entrevistas e incluso en el prefacio de su obra. De hecho, la escritura de su obra se justifica en la medida que estas lagunas existían. Cuenta Zemon Davis que mientras colaboraba con Daniel Vigne y Jean-Claude Carrièrre (el guionista del film) tuvo la necesidad de “profundizar más en el caso” y lidiar con algunos aspectos de la coyuntura que quedaron fuera del film “[para] que estos cambios contribuyeran a que la película tuviera esa poderosa simplicidad que había convertido la historia de Martin Guerre en una leyenda”.

Estas cuestiones ignoradas en el film, el origen vasco de los Daguerre, el problema del protestantismo rural o su tesis sobre el doble juego de Bertrande (criticada, por cierto, por Robert Finlay), aparecen sin embargo respaldadas por un trabajo de archivo francamente impecable.

Si nos ceñimos al film de Daniel Vigne, es posible sostener que los logros superan con creces a los defectos. La realización de un filme de tales características, tan bien documentado, es un reto nada desdeñable. El historiador, en este caso Zemon Davis, se encuentra ante el reto de tener que vestir a los individuos que integran su relato. La interacción, los diálogos o las muecas de los personajes, en especial la relación de afecto entre los esposos (tanto con el verdadero como con el falso Martin) no puede si no concebirse desde la imaginación del autor. El retorno de Martin Guerre aporta valiosas imágenes de valor etnográfico sobre la vida cuotidiana de los campesinos de la región: los niños aparecen compartiendo las labores con sus adultos, las mujeres que surgen en el ámbito doméstico son representadas siempre realizando tareas, etc.

Ficción y realidad se entremezclan para producir un fresco que, en mi opinión, es convincente. Considero que el debate en torno al uso de la ficción en nuestros cines es muy enriquecedor, pero soy consciente de que varias de las críticas que provienen por parte del gremio de los historiadores son impulsadas por un temor a perder el monopolio de la historia.
Tanto los libros de historia, como las películas que aspiran a tal pretensión deberían de hacer explícita una pertinente advertencia: esta obra está basada -o se ha inspirado- en hechos verificables.