martes, 2 de febrero de 2010

Fragmentos (sobre el género bélico tras Vietnam)

Los últimos días de Patton (1986)
la institución militar relegada a la camilla


Los éxitos de Nixon le valieron la reelección en el 1972. En cambio, el escándalo por espionaje y la crisis económica supusieron el golpe final a la imagen inmaculada de superpotencia mundial de los Estados Unidos. El estamento militar que había encumbrado a una sociedad a la categoría de garante de las libertades que ahora veían ultrajadas se vino abajo junto con el orgullo de toda una generación. Durante los años setenta y ochenta la imagen de la Segunda Guerra Mundial servirá de salvavidas para un género fascinado por el estallido de violencia y culpabilidad que había desatado Vietnam.
Con todo, el género bélico no se vino del todo abajo. En este periodo surgen algunas propuestas como Un puente lejano (1977) o La batalla de Midway (1976) tienen más aspectos en común con la épica de los años cincuenta que con contemporáneos como la genial Apocalipsis Now de Francis Ford Coppola (1979). La primera ofrecía una versión depurada de la operación Market Garden con un reparto plagado de estrellas como Sean Connery, Michael Caine o Robert Redford. Esta producción angloamericana hacía las veces de tirita sobre el estamento militar al proyectar una derrota saneada en la que el espectáculo prima sobre cualquier otra cuestión. A pesar de estar ambientada en una derrota, el tono celebrativo de la película funcionó tan bien como la representación de la victoria de Midway en la película del año anterior a la hora de hacer caja. Sin embargo, su éxito fue la gran excepción de una época en la que el género languidece.
Uno rojo, división de choque (1980) es una muestra de cómo Vietnam había enturbiado la relativamente buena imagen de la Segunda Guerra Mundial. Su director, Samuel Fuller (tomó parte en el desembarco de Normandía y fue condecorado) describió su película como "una historia de vidas ficticias basada en muertos reales". En ella aparece la 1º División de Infantería del Ejército norteamericano en la que él mismo combatió, desde sus periplos en el norte de África hasta la Europa continental, abarcando tanto la invasión de Sicilia como el desembarco de Normandía. Su punto de vista no es innovador (lo único que los soldados pretendían era sobrevivir) sin embargo, su discurso utiliza un elemento complementario acorde a la épica en la que fue estrenada: la violencia. Fuller, no obstante, establece una diferenciación entre Vietnam y la Segunda Guerra Mundial. Arguye que aunque pelear aquella guerra fuese “the right thing to do” la guerra era “the wrong place to be”. Uno rojo, división de choque se presenta como la última gran película bélica con la pretensión de relato total. De todas maneras, el filme cae en los típicos tópicos de Hollywood: se presenta un teatro de operaciones europeo en el que prácticamente aparecen solo norteamericanos y alemanes. Su rudeza y lo limitado del presupuesto (que no le impidó sin embargo contar con Lee Miller) acabó sentenciando a la cinta de Fuller – que no tuvo mala acogida en taquilla y el posterior reconocimiento que tuvo- a la categoría de cine bélico de serie B. La violencia que había intentado llevar a las pantallas de cine no tenía necesariamente que significar un mayor realismo. El propio Sam Fuller confesó que la única manera de realizar algo así era “disparar munición real sobre las cabezas del público en un cine”.La tecnología informática ofrecería a sus sucesores una alternativa más viable.




El director Sam Fuller


Durante la década de los ochenta Hollywood aborda la Segunda Guerra Mundial desde otra perspectiva. Películas como El cazador (1978) Acorralado (1982)¸en la que hace su primera aparición el atormentado personaje de Rambo o Platton (1986) -todas ellas basadas en la guerra de Vietnam- monopolizan el discurso bélico que hasta entonces controlaban episodios claves de la Segunda Guerra Mundial como el desembarco de Normandía o el teatro de operaciones del Pacífico. Para cuando Reagan ocupó la Casa Blanca, el periodo 1939-1945 quedó relegado a segundo plano, siendo prácticamente un elemento más de escenografía de cine de aventuras. Un ejemplo de ello son Evasión o Victoria (1981), en la que unos prisioneros del bando aliado de un campo de concentración se enfrentan y derrotan en un partido de futbol a las tropas alemanas, demostrando que aún desde un segundo plano la Segunda Guerra Mundial era el escenario perfecto para películas comerciales; el drama de espionaje Code Name: Emerald (1985) en el que se aborda la invasión de Normandía; y las dos producciones del propio Speielberg: En busca del arca perdida (1982), con un Harrison Ford combatiendo contra los nazis y El Imperio del sol (1987), basada en la ocupación japonesa de China.
Esta última película coincidió con el último intento “fallido” de una narrativa sobre la Guerra en un tono similar a los anteriores largometrajes, a saber, Los últimos días de Patton (1986) pretendía repetir el éxito de la aclamada película de Shaffner, por lo que se pidió al mismo actor (George C. Scott) que participase en el proyecto. La película da una imagen reveladora de el estado en el que se hallaba la memoria a pocos años del cincuenta aniversario del inicio del conflicto. Delbert Mann, el director que llevó a cabo la película, muestra un antaño carismático general Patton exhausto, decrépito (encarnando la imagen pública de la institución militar tras los fracasos de los años setenta), condenado a pasar sus últimos días en un Hospital debido a un “estúpido” accidente de tráfico. Este accidente (una especie de Vietnam simbólico) había interrumpido una irregular pero prometedora carrera militar (el discurso autocomplaciente de Hollywood) de forma que se pasa sus últimos días rememorando antiguos episodios militares con su mujer, la única que lo acompaña. El ideal de guerrero que presentaba el discurso de la película de 1970 parecía ser un enfermo crónico.
En virtud de lo anteriormente expuesto cabe concluir que el periodo comprendido entre los años sesenta y el final de los años ochenta puso en un aprieto al clásico relato de la Edad de Oro que situaba a los EE.UU. en una situación privilegiada como ángel custodio del mundo libre. El recuerdo de la Segunda Guerra Mundial servía de calmante para la carencia de conquistas, así como de ejemplo claro para contraponer el ejemplo de “una buena guerra” con la desafortunado ejemplo de un Vietnam que había ensuciado el currículum de la nación. Si el término que empleaba Hobsbawm para referirse a este periodo (“el derrumbamiento”) parece inadecuado para el conjunto de una época, desde la tesis que sostengo se antoja bastante oportuno para un lapso de tiempo en el que Hollywood estuvo marcado por un cierto antiautoritarismo y una preocupación por la moralidad de las acciones y las respectivas consecuencias de su política exterior.